sábado, 27 de junio de 2020

1. Feliciana Enríquez de Guzmán, la sevillana que se codeaba con Lope de Vega


El siglo XVII es conocido como el Siglo de Oro debido al avance en positivo que se produce en todas las vertientes de la literatura española. Géneros y costumbres cambian y modelan un nuevo ámbito. En lo relativo al teatro, la aparición de la mujer como dramaturga supone un giro de 180º, ya que su papel se había limitado hasta el momento a la actuación, no a la escritura. A partir de ese momento se revela como una figura con nombre propio y reconocimiento.

Ese cambio revolucionario se produjo, aún con dificultad, en dos grandes vertientes. La primera, y más conocida, fue por medio de los conventos, puesto que la mayoría de las niñas eran instruidas en colegios de monjas, por lo que estas debían tener algunos conocimientos para después enseñarlos. Así, muchas mujeres decidían hacerse monjas para huir de la presión social, que les negaba su espacio tanto personal como literario. La otra vertiente era la de aquellas que, fuera del convento, luchaban por hacerse un sitio en la escena literaria (1).


Feliciana Enríquez de Guzmán, como María de Zayas, Ana Caro, Leonor de la Cueva o Ángela Azevedo, eligió el camino difícil (desarrollando su vocación fuera de los muros protectores de un convento), a diferencia de sus hermanas Carlota y Magdalena, monjas en el convento de Santa Inés de Sevilla. Nació en Sevilla, en el último tercio del siglo XVI, y se casó con Cristóbal Ponce de Solís, enviudando pronto. Contrajo un segundo matrimonio con Francisco de León Garavito, y en 1630 enviudó de nuevo.

No sabemos en qué momento de su vida, en un alarde de valentía, se atrevió a asistir, disfrazada de hombre, a la Universidad de Salamanca. Su plan se vino abajo porque allí se enamoró de otro estudiante y tras tres años de engaño renunció a su disfraz. He leído que ese estudiante que conoció en Salamanca fue su segundo marido, pero no hay nada seguro. Lo que se sabe es que Francisco de León había estudiado en Salamanca, siendo licenciado en Cánones, luego cabe la posiblidad que enamorado de Salamanca y segundo marido fueran la misma persona.

Feliciana Enríquez, a la que se considera la primera dramaturga española, que abrió camino a otras, desafió convencionalismos y buenas costumbres y escribió, desde fuera de un convento, en prosa y en verso, teatro y poesía lírica.  Fue autodidacta y dominaba materias como la mitología, el lenguaje jurídico, los poetas cómicos y otras dentro de la literatura profana. Conocida sobre todo por su “Tragicomedia de los Jardines y Campos Sabeos”, tuvo el atrevimiento de añadir posteriormente a esta obra unos entreactos en prosa (muy poco corrientes en el teatro barroco) llamados “Las gracias mohosas” y que en sí mismos constituyen una comedia del absurdo donde, no sólo critica la forma de escribir teatro de sus contemporáneos masculinos, sino que presenta a unos personajes femeninos totalmente contrarios a los arquetipos del momento.

Alcanzó el reconocimiento en vida, vio sus obras publicadas y algunos autores famosos escribieron sobre ella y sus andanzas. Lopc de Vega, en la silva 3ª de su Laurel de Apolo, escribe acerca de su aventura universitaria salmantina (2). Tirso de Molina se refirió a ella en su obra “El amor médico” (3). Curiosamente, esta obra de Tirso trata sobre una mujer que, vestida de hombre, estudia en la Universidad de Coimbra, y además se representó en Sevilla cuando aún vivía Feliciana, por lo que todo el que acudiera a la representación sabría en quién se inspiraba Tirso.

Una precursora.

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(1) Henar Pérez Martín en “Red teatral”

(2) “Mintiendo su nombre,/ Y transformada en hombre,/ Oyó Filosofía,/ Y por curiosidad Astrología. (…) Y de aquella científica Academia/ Mereció los laureles con que premia;/ No de otra suerte que a Platón divino/ Aquella celebrada Mantinea,/ Que en forma de varón a Grecia vino”.

(3) “¿Siempre han de estar las mujeres/ Sin pasar la raya estrecha/ De la aguja y la almohadilla?/ celebre alguna Sevilla/que en las ciencias  aprovecha

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