miércoles, 30 de septiembre de 2020

19. El calvario de las primeras universitarias españolas

 


 

María Isidra de Guzmán
En España, el acceso de la mujer a la universidad no se produce hasta finales del siglo XIX, a cuentagotas y con más obstáculos y dificultades que los que se imponían a sus compañeros. Si bien habían existido excepciones como la de María Isidra de Guzmán, la primera mujer española en alcanzar el grado de doctora ya durante el siglo XVIII, la llegada de la contemporaneidad será la que acerque a las mujeres de forma masiva a las aulas universitarias. No obstante, hay que destacar que durante gran parte del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la presencia de la mujer en la universidad española es minoritaria y se localiza en determinados estudios considerados por la sociedad como más adecuados para el papel que desarrolla en el núcleo familiar.



A día de hoy las universitarias son mayoría entre los estudiantes, llegando a representar el 58% de los alumnos matriculados en España. Igualmente, todos sabemos que, aun actualmente en las universidades hay carreras altamente feminizadas, con una presencia masiva de mujeres cursando aquellos grados. Medicina, Farmacia y Veterinaria han superado, desde hace tiempo, el 70% de alumnado femenino. En base a estos datos debemos plantearnos una serie de preguntas. ¿Cuándo empieza el proceso de feminización de algunas carreras universitarias? Las mujeres pioneras que entraron la universidad, ¿qué obstáculos legales padecieron para poder acceder? ¿Solo fueron obstáculos jurídicos, o también de naturaleza social y cultural? ¿Porqué, a lo largo del siglo XX, se ha considerado que unas determinadas carreras son supuestamente más aptas para las mujeres?


La universidad que organiza el Estado liberal de mediados del siglo XIX, después de las revoluciones liberales, tiene poco a ver con la universidad actual. En esos momentos, existían diez universidades repartidas por todo el país (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Oviedo, Santiago de Compostela, Sevilla, Granada, etc.), enfocadas a la élite y con el monopolio de la Universidad Central de Madrid sobre los cursos de doctorado. En estas universidades se podían cursar cinco carreras que daban lugar a un título y a una profesión titulada: Derecho, Medicina, Farmacia, Letras y Ciencias.

Para acceder a la universidad era condición sine qua non el título de Bachillerato y pagar las matrículas y los títulos. Eran carreras largas y caras a las que se les debía sumar los costes de desplazamiento y alojamiento si no se residía en la ciudad donde se encontraba el centro. Por lo tanto, era una universidad enfocada a las clases medias y a las clases altas. Una universidad reservada al género masculino, aunque no existía ningún obstáculo legal, en teoría, que imposibilitara la entrada de la mujer en la universidad. No obstante, si no existía tal prohibición es porque ni siquiera se consideraba la posibilidad de que la mujer se formara en estudios superiores.


A finales del siglo XIX, las mujeres de clase media y alta recibían educación y formación en sus casas mientras esperaban un matrimonio adecuado.


Era, eso sí, un tipo de educación muy concreto. Aprendían a leer, escribir, costura y bordado. Si se buscaba una educación más esmerada, un poco de geografía, historia, música y, en algunos casos, dibujo y francés. Esta educación se ha denominado “de adorno”. Trataba de dotar de un barniz cultural a las mujeres y  que dominasen algunas habilidades con la única finalidad de alternar en los salones.


Por lo tanto, esta formación no tenía como fin el mundo profesional. Tampoco cultivar la intelectualidad, sino el disponer de una cierta cultura general de la que poder presumir en los acontecimientos sociales. En ningún caso esta educación podía rebasar los límites que la sociedad decimonónica había impuesto a las mujeres.


Las mujeres finalizaban su educación aproximadamente a los quince años de edad, momento en el cual eran presentadas en sociedad y empezaban a acudir a tertulias, paseos y teatros, entre otros esparcimientos. Era el momento de conseguir un marido, casarse y formar una familia. En el caso de no conseguir matrimonio eran tildadas de “solteronas”. Pero si lograban casarse, todos los conocimientos adquiridos hasta entonces eran plasmados en los salones, por lo que la educación recibida les proporcionará los instrumentos necesarios para el mantenimiento de las relaciones sociales.


Las mujeres de clase media, en cierto modo, eran las que salían peor paradas. Se diferenciaban del conjunto de la sociedad por disponer de un nivel de vida superior al resto, lo que les permitía no tener que trabajar ni dentro ni fuera del hogar. La gran mayoría, además, disponía de servicio propio. Este hecho las desplazaba automáticamente al interior del hogar. Incluso si la familia se encontraba en un apuro económico y la mujer deseaba trabajar, el padre o el esposo se negaban rotundamente, ya que eso significaba pasar de ser señoritas a ser pueblerinas. A diferencia de las chicas de clase alta, que disponían de colegios de élite e institutrices, las chicas de clase media se las apañaban con asistir a los colegios de religiosas.


Si las familias de clase media podían permitirse enviar a sus hijas a la universidad, ¿por qué no lo hacían? Los manuales burgueses de la época hablaban del arquetipo de mujer como “ángel del hogar”. Este arquetipo evocaba a una mujer predestinada por naturaleza y por religión a la maternidad y a la exclusiva dedicación a la familia, confinada en el interior del hogar bajo la tutela masculina.


El hombre, en cambio, se encontraba abierto al mundo público y al conjunto de la sociedad. Si que es cierto, no obstante, que es a lo largo del siglo XIX que se empieza a considerar las ventajas que supondría instruir y formar a las mujeres, pero no como medio para su propia realización personal, sino con el propósito de que puedan aplicar esos conocimientos en el ámbito familiar, proporcionando una mejor atención al marido y una mejor educación a los hijos.


María Helena Maseras Ribera, Medicina


Como ya se ha dicho anteriormente, prohibición explicita del acceso de la mujer a la universidad no había. La ley no decía nada sobre la posibilidad de que las mujeres estudiasen carreras universitarias. Pero, aun así, cuando María Helena Maseras Ribera decide acceder a la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, necesita un permiso real de don Amadeo I para que le permitiera estudiar la carrera de Medicina. Ni siquiera disponer de dicho permiso, este no la habilitaba para acceder a clase. Durante tres años tuvo que recibir clases en privado hasta que los profesores Joan Giné y Partagàs y Narcís Carbó y Aloy, viendo sus buenas calificaciones, le permitieron asistir a las clases. En el número 1.165, del 23 de abril de 1876 de la revista El Siglo Médico se hicieron eco de la noticia:


Al abrirse la matrícula del presente curso académico, se inscribió en la asignatura de Terapéutica una señorita que tenía ya aprobada la de Anatomía. Hará próximamente un mes y medio, pasando lista el Sr. Carbó, catedrático de la primera de las expresadas asignaturas, nombró a la discípula en cuestión. Esto produjo una gran sorpresa entre todos los alumnos, y entonces dijo el profesor que la señorita de que se trata se halla inscrita como alumna y que tenía por lo mismo la obligación de asistir a clase si quería optar a los exámenes ordinarios.

Sabedora, sin duda, dicha señorita de la indicación hecha por el Sr. Carbó, decidióse a asistir a la cátedra y el día 14 al entrar el profesor de Terapéutica en el local designado para las explicaciones de dicha asignatura, llevaba a su lado a la bella matriculada. La sorpresa que se apoderó de los escolares allí reunidos al ver a su condiscípula, a la que saludaron con una salva de aplausos, ya pueden figurarse nuestros lectores. Desde dicho día 14 la indicada señorita, a la que acompaña su hermano, también alumno de medicina, continúa concurriendo a la cátedra, tomando asiento al lado del Sr. Carbó. Excusamos manifestar que este incidente ha aumentado la asistencia a la cátedra indicada”.


 Por lo tanto, dentro del aula, María Helena tenía un asiento reservado en la tarima, al lado del profesor. No tenía permitido sentarse con sus compañeros. Maseras se convierte así en la primera mujer que se matricula oficialmente en una universidad de España. Otras lo habían hecho anteriormente, pero vestidas de hombre, como Concepción Arenal cuando decidió estudiar la carrera de Derecho en 1841. Además, se acordó que no podía rondar los pasillos ni las zonas comunes. Debía entrar en la antesala de los profesores y esperar allí al catedrático para ir al aula. Debía haber lo mismo para volver al terminar la clase. No obstante, en estos momentos se creía que la mujer podía alterar el orden de las clases.


María Helena finalizaría sus estudios en 1878. Cuando solicitó hacer el examen de licenciatura, no se le dio permiso para realizarlo hasta 1882. Obtuvo la calificación de sobresaliente, aunque nunca pudo ejercer la medicina al no querer realizar el doctorado vistas las trabas burocráticas que le ponían por el camino.


María Dolors Aleu Riera, Medicina (1874)


María Dolors Aleu se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona dos años después que su antecesora, en 1874. Nada más entrar fue recibida a pedradas, motivo por el cual su padre decidió ponerle dos escoltas que la acompañarían durante toda la carrera. Con una calificación de sobresaliente, terminó sus estudios en 1879, pero no se le otorgó el permiso de licenciatura hasta 1882. Una vez licenciada decidió hacer el doctorado en Medicina en la Universidad Central de Madrid. Su tesis no podrá ser leída hasta el 6 de octubre de 1882, una vez superada la oposición del rector. Esta tesis se tituló Necesidad de encaminar por una nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer y fue publicada en La Independencia Médica en el año 1883. Se especializó en Ginecología y Medicina Infantil.


Después de doctorarse dispondría de su propia consulta en el número 31 de la Rambla de Cataluña de Barcelona, donde ejerció con éxito la profesión durante veinticinco años. Paralelamente, ocupó el cargo de maestra de Higiene Doméstica en la Academia de Bellas Artes y Oficios para la Mujer, institución fundada en 1885 por Clotilde Cerdà Bosch y ella misma.

Dentro de su consulta atendía y curaba a mujeres burguesas que llevaban años con dolencias ginecológicas sin atender “por no acudir al médico a causa de la vergüenza”, así como también se dedicó a asistir a las prostitutas, madres solteras, mujeres pobres del barrio chino y niños huérfanos de la Casa de la Caridad, estos de forma altruista. Ejerció consulta hasta 1911, año en que su hijo de veintiún años muere de tuberculosis.


Martina Castells Ballespí, Medicina

Martina Castells se matriculó, igual que sus dos antecesoras, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona en el año 1877. Terminó la carrera en cuatro cursos, en 1881. Si embargo, hasta 1882 no se le permitirá realizar el examen de licenciatura. Lo realizaría, además, junto con María Dolors Aleu. Con la calificación de aprobada presentó su tesis el 9 de octubre de 1882. La tesis tuvo como título: Educación física, intelectual y moral que debe darse a la mujer para que contribuya en grado máximo a la perfección y la dicha de la Humanidad. Según los diarios de la época, la tesis reivindicaba la educación de la mujer, la evolución de la representación de la mujer para la historia y tanto su felicidad como la colectiva de la humanidad.


Decidió dedicarse a la pediatría, pero moriría en 1884 debido a unas complicaciones ocurridas durante su primer embarazo, sin haber llegado a tener tiempo suficiente a ejercer como profesional.


El motivo por el cual se tardó tanto tiempo en permitir el examen de licenciatura a estas tres pioneras universitarias fue el debate que se originó en el Consejo de Instrucción Pública respecto a la posibilidad de conceder el doctorado a las mujeres. Finalmente, se llegó a determinar la concesión. Pero se precisó que solo podrían solicitarlo las estudiantes que ya habían finalizado sus estudios y aquellas que se encontraran en proceso. De esta forma se prohibía de facto, según la Real Orden del 16 de marzo de 1882, que otras mujeres pudieran iniciar los estudios universitarios. Al menos hasta que se adoptara una medida definitiva sobre el asunto en cuestión.


Para entonces eran nueve las universitarias matriculadas en España. Las últimas fueron María Luisa Domingo García en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid (1880), Dolores Lleonart Casanovas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona (1881) y Teresa de Andrés Hernández en la Facultad Filosofía y Letras de la misma universidad (1881). Cabe decir que ni la Universidad de Barcelona, ni la Universidad de Valencia ni la Universidad de Valladolid encontraron ningún inconveniente, al menos de forma tan aparente, en dejar matricular a mujeres en sus respectivos centros. Estos casos tan solo se daban en la Universidad Central de Madrid.


Concepción Alexandre
De las universitarias del periodo que abarca desde 1882 hasta 1888 destaca Concepción Alexandre Ballester, que pudo acceder a la carrera de Medicina al no haberle sido aplicada la normativa. Esto le permitió terminar los estudios de Bachillerato y poder acceder a la universidad.



Ya en el curso 1884-1885 no se matriculó ninguna nueva alumna en estudios superiores debido a que la normativa citada anteriormente impedía que aquellas que finalizaban la Segunda Enseñanza pudieran acceder a la universidad.


El caso de Dolores Closas Morera es digno de remarcar. En 1886 decidió matricularse en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Barcelona. Pagó por las asignaturas de Química General, Mineralogía y Botánica, Geometría General y Análisis Matemático, asignaturas que estuvo cursando hasta el momento de realizar los exámenes finales. Fue entonces cuando se le comunicó que no los podía continuar porque su matrícula había sido declarada nula de acuerdo con la normativa vigente, a pesar de que ella había iniciado la segunda enseñanza en 1881 y, por lo tanto, no le era aplicable.


El Consejo de Instrucción Pública de 1882 no consideraba que las mujeres estuvieran capacitadas para los estudios de Filosofía y Letras, a diferencia de los de Medicina. Es en estos momentos cuando este pensamiento se invierte. Se trató de alejar a las mujeres de la Medicina para acercarlas a Filosofía y Letras. Se trataba de estudios que apenas tenían salida profesional para ellas. Además, pensaban que podían responder a lo que ellos suponían que era el deseo de “adorno” que con los estudios buscaban.


La prohibición de que las mujeres pudieran acceder a estudios superiores se mantuvo vigente hasta el año 1888, momento en el cual un Real Decreto permitía que pudieran licenciarse en tanto que la enseñanza fuera privada. Por lo tanto, tenían el derecho a ser examinadas, pero no a asistir a clase. Aun así, si se pedía asistir a clase, el rector y el profesor de la asignatura en cuestión debían autorizarlo.


Matilde Padrós y Ángela Carraffa
En el curso 1887-1888 fueron admitidas en la carrera de Filosofía y Letras las universitarias Matilde Padrós y Rubio, por la Universidad Central de Madrid, y Ángela Carraffa de Nava, por la Universidad de Salamanca. A Matilde la avalaron tres catedráticos a los que ella había sido alumna asidua en sus respectivas clases, los cuales tacharon de inmejorable el comportamiento y el rendimiento de la alumna.

En 1890, una vez finalizadas las licenciaturas, las dos universitarias solicitaron el acceso al Doctorado en la Universidad Central, donde coincidirían en la misma clase con el famoso historiador Ramon Menéndez Pidal. En 1892, Ángela Carraffa presentó su tesis titulada Fernando Núñez de Guzmán. Su vida y sus obras, convirtiéndose así en la primera mujer en obtener el título de Doctora en Filosofía y Letras.

Un año más tarde, en 1893, Matilde Padrós obtuvo su doctorado con la tesis titulada El testamento de Jacob (Flecha, 1994: 87). De ella, José Ortega y Gasset diría: “Es la mujer más inteligente que he conocido, pero lo más interesante de esta mujer es que ella no sabe que es inteligente. Difícilmente se encontrará a un ser más inteligente y más inocente”.

La normativa aprobada en el año 1888 estuvo vigente hasta el 8 de marzo de 1910. Hasta entonces, las aspirantes a ser futuras universitarias debían contar con el permiso de la Dirección General de Instrucción Pública. La institución estudiaba cada caso particular, trámite que podía llevar meses e incluso años. Este fue uno de los factores que explican que, a lo largo del siglo XIX, tan solo hubiera 107 estudiantes matriculadas en universidades españolas.


Además, si asistían al aula debían ir acompañadas del padre, de un hermano o bien del profesor. En 1910 se eliminan las trabas y se garantiza que la mujer pudiera acceder a la universidad en igualdad de condiciones respecto a los hombres. Luisa Cruces Matesanz es uno de los casos de mujeres que tuvo que ir acompañada de un hombre a clase. Fue la primera licenciada en Farmacia por la Universidad de Barcelona en 1910.


En el transcurso de esos casi cuarenta años de prohibiciones, burocracias, papeleos y decisiones administrativas arbitrarias, un total de setenta y siete mujeres consiguieron acceder a la universidad en España. De ellas, cincuenta y tres terminaron sus estudios y lograron el título de licenciadas o doctoras.


Matilde Ucelay
De 1910 a 1936 hubo un aumento del 7.842% en el número de universitarias matriculadas, pasando de las 33 a las 2.588 en 26 años. Durante este periodo cabe remarcar algunas mujeres importantes, como María Sordé Xipell, primera licenciada en Ciencias Naturales; Catalina de Sena Vives Pieras, primera Doctora en Ciencias; Zoé Rosinach Pedrol, primera Doctora en Farmacia; María Ascensión Chirivella Marín, primera licenciada en Derecho; Carmen Cuesta Muro, primera Doctora en Derecho; Pilar Careaga Basabe, primera licenciada en Ingeniería Industrial; o Matilde Ucelay Maórtua, primera licenciada en Arquitectura.



Emilia Pardo Bazán

Se iban realizando avances de cara a la normalización de la figura femenina dentro de las aulas universitarias. Sin embargo, aún se se mantenían en pie ciertos sectores que eran un tanto reacios a lo que ellos consideraban del todo inapropiado. Incluso grandes figuras de las letras sufrieron esta discriminación. En 1916, Emilia Pardo Bazán fue nombrada catedrática de la Universidad Central de Madrid. Su nombramiento era deseo expreso del rey Alfonso XIII debido a sus méritos literarios. Sin embargo, los catedráticos expresaron unánimemente su desacuerdo. Los alumnos, todos ellos varones, le hicieron el vacío en sus clases, no acudiendo nunca.



FUENTES:


- Daniel Pedrero Rosón: Las primeras universitarias españolas

- Wikipedia:











.











No hay comentarios:

Publicar un comentario