sábado, 30 de enero de 2021

27. Las otras "Agustina de Aragón"

 Agustina Saragossa no fue la única mujer que participó en la defensa de Zaragoza. Éstas son algunas de las más conocidas:


María Agustín era de familia humilde, y trabajaba de criada. En el primer sitio se dedicó a abastecer a los combatientes de munición, comida y bebida en la puerta del Portillo.

Cuando llegó un soldado moribundo con la noticia de que en el convento de los Trinitarios se habían quedado sin cartuchos, María cogió dos capachos llenos de munición y echó a correr hacia el convento, en medio del fuego cruzado. Llegada al convento, aunque el prior intentó detenerla, volvió a la carrera al Portillo, y en el camino recibió un balazo en el cuello. Convencida de que la herida no era grave, cogió de nuevo un capacho de munición y un cántaro de aguardiente y volvió a correr hacia el convento. A su regreso se desmayó, ya que la herida era más importante de lo que se creía. El balazo tuvo sus consecuencias. Además de quedarle un costurón bastante feo en el cuello, el movimiento de su brazo izquierdo quedó muy disminuido.

Cuando se recuperó participó en las mil batallas que se dieron en Zaragoza contra los franceses, y recibió varias condecoraciones por su valentía. Por todo ello, el general Palafox le concedió en 1815 una pensión de 2 reales diarios ya que, a causa del balazo estaba impedida para trabajar. Murió en 1831 a los 48 años.

María Josefa Rosa, madre Rafols, fundó la congregación de las Hijas de la Caridad de Santa Ana en Zaragoza y se hizo cargo del hospital de Nuestra Señora de Gracia.

Durante los dos sitios por los franceses serían la madre Rafols y las Hermanas de la Caridad las que ayudarían a todos los enfermos y pobres. El 3 de Agosto de 1808, el Hospital queda en ruinas por un bombardeo. María Rafols será con su tranquilidad, trabajo y humildad quien iría a pedir de puerta en puerta el sustento para socorrerlos. Iban incluso al mismo campo francés, arriesgando su vida en medio de las balas. Después de tres sucesivos traslados en menos de cuatro meses el Hospital de Nuestra Señora de Gracia queda instalado a finales de 1808 en el llamado Hospital de Convalecientes.

Cuando llega el segundo sitio fue más duro aún. Los alimentos faltan para todos y no hay a quien pedir limosna. La madre Rafols se arriesgará y se presentará al general francés Lannes para pedir alimentos y curar a los heridos. El arranque de Sor María y la delicadeza con que logró despertar la sensibilidad del francés salvaron muchas vidas.

La madre Rafols y los pocos supervivientes de aquella catástrofe seguirán trabajando después de la guerra entre penurias y ruinas. Su misión, alimentar a los prisioneros y enfermos, procurar limosna con alguna reclamación por parte de la administración del gobierno intruso de la Caridad y del Hospital.

Zaragoza le concedió el título de Heroína de la Caridad. Fue beatificada por Juan Pablo II en 1994.

María de la Consolación Azlor, condesa de Bureta, se distinguió durante el primer sitio por la creación y dirección del denominado Cuerpo de Amazonas, formado por mujeres dedicadas al aprovisionamiento de los soldados y la atención a los heridos. La Condesa de Bureta desde el primer día acudió puntualmente al hospital de Nuestra Señora de la Gracia, donde con otras mujeres ayudaban a la Madre Rafols y el resto de aquellas monjas de la Caridad de Santa Ana, en atención a los heridos y enfermos que iban llegando. El hospital fue uno de los edificios más bombardeados, falleciendo hasta nueve monjas de las veintiuna que allí trabajaban, sin embargo, tanto las Hermanas de la Madre Rafols como la Condesa prosiguieron su tarea.

El 4 de agosto, ante el empuje francés, los hermanos Palafox dejaron la ciudad pero los zaragozanos no se rindieron, ese día fueron ellos los que se enfrentaron al Ejército francés. La Condesa de Bureta organizaba el servicio de agua para los hombres que se hallaban en las baterías y las trincheras, con una serie de mujeres que vivían con ella al haber perdido sus casas. Los caballos y mulas que poseía se empleaban en el transporte de municiones, movimiento de artillería, etc. Entretanto en la cocina de su casa se mantenía continuo fuego para hacer las comidas con las que se surtía a los defensores. Su casa era por decirlo así, un centro estratégico de servicios desde donde partían o a donde llegaban los que solicitaban auxilio, llegando en ese día a ocuparse con otras personas que ella dirigió, de las abandonadas defensas de las inmediaciones de su casa, montando dos piezas de artillería. La ciudad resistió, y el día 8 de agosto regresa Palafox, acompañado de un convoy de víveres, que tanta falta hacían, así como un grupo de Voluntarios de Aragón.

La Condesa de Bureta falleció el 23 de diciembre de 1.814 como consecuencia de una gangrena durante el parto de su hija Pilar, siendo enterrada en la cercana iglesia de San Felipe.

Manuela Sancho actuó como proveedora en el primer sitio y en el segundo luchó activamente, tomando las armas y colaborando en la defensa del convento de San José. El comandante del mismo, Mariano Renovales, que no era nada dado a los halagos ni a la exageración, pone en conocimiento de Palafox el comportamiento de la heroína en los términos siguientes:  “Recomiendo con particularidad a Manuela Sancho que, tanto en el ataque del día treinta y uno de diciembre del año pasado, como en el de ayer sirvió de artillería y mortero como pudiera haberlo hecho el mejor artillero, conduciendo cartuchos para los unos, y piedras para el otro; sin haberle notado la menor mutación a pesar de haber caído algunos a su lado. Dio fuego a algunos cañones, y lo hizo con fusil desde la trinchera como uno de tantos; y pareciéndome una heroína, digna del distintivo que V. E. concedió por las acciones de últimos del año pasado, por hallarse comprendida en ellos y para que sirva de estímulo, he tenido a bien hacerlo presente a V. E. 

Mencionada con honores por Palafox el 3 de enero de 1807 debido a su defensa del convento de San José, recibió el Escudo de distinción, lo cual le proporcionó una pensión de 2 reales a partir de 1815. Actualmente sus restos descansan en la iglesia de Nuestra Señora del Portillo, junto con los de Casta Alvarez y Agustina de Aragón.

Casta Álvarez Barceló, de orígenes humildes, se destacó en las labores de aprovisionamiento y logística de la defensa de Zaragoza, aunque sólo tenía 22 años en aquel momento; además, luchó activamente en acciones militares, especialmente en la acción contra los ulanos polacos, un cuerpo de élite de caballería del ejército de Napoleón. Cuando la caballería polaca amenazaba con penetrar en la ciudad a través de la Puerta del Carmen, Casta Álvarez y otros defensores zaragozanos se opusieron a su entrada, consiguiendo rechazar al ejército francés. Acompañó a los defensores en la batería de cañones de puerta Sancho y en los combates del barrio del Arrabal, armada de una bayoneta sujeta al extremo del hombro.

Por los méritos contraídos en su actuación durante el asedio recibió el Escudo de Distinción, le fue asignada una pensión por el régimen de Fernando VII y otorgado el Escudo de defensor de la Patria.

María Manuela de Pignatelli
Otras mujeres, sin combatir directamente, también colaboraron de algún modo en la defensa de la ciudad, como María Manuela de Pignatelli, duquesa de Villahermosa, que contribuyó con numerosas donaciones económicas que hizo para cubrir los enormes gastos producidos por la guerra. Ayudó de manera especial a los voluntarios de Sas y de Mariano Cerezo.

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