Hace sólo 8 días, al escribir sobre Ada Byron, dije que el objetivo de este blog era dar a conocer mujeres poco conocidas y que por eso no estaban personajes tan obvios como Marie Curie y comentaba que Ada no era desconocida pero sí mal recordada, puesto que la conocemos habitualmente como Ada Lovelace o Ada King Lovelace. Y King es el apellido de su marido y (conde de)Lovelace es el título del mismo. Pero otra forma de injusticia es cuando tu madre es tan famosa que su sombra causa que tu luz apenas destaque. Tan famosa que, cuando su hija se casa, es el marido de ésta quien une los apellidos y une su nombre al de su mujer. Por eso hoy escribo sobre Irene Juliot-Curie.
Nació en París, EL 12 de septiembre de 1.897. Hija mayor de Marie Curie (Nobel de Física en 1903 y de Química en 1911) y Pierre Curie (Nobel de Física en 1903).Tuvo una hermana menor, Eva, nacida en París en 1.904.
Las tres Curie. A la derecha, Eva. Como ella misma decía "la única de la familia que no había ganado un Nobel", aunque fue una conocida periodista y escritora. |
Marie no estaba satisfecha con el nivel de calidad de las escuelas parisienses de la época. Por eso, las niñas fueron educadas principalmente en el hogar. De hecho, Marie unió fuerzas con un grupo de distinguidos académicos que se turnaron para darles clases en sus áreas de especialización". Curie, por su puesto, se encargó de enseñarles física y, en ese proceso, logró que Irene se enamorara de la ciencia. La niña también destacaba en matemáticas. A los once años ya estudiaba matemáticas avanzadas. Sobresalía de tal manera en sus estudios en el instituto que a los catorce años aprobó la primera etapa del bachillerato con un año y medio de adelanto y matrícula de honor. Tres años más tarde, en el inicio de la Primera Guerra Mundial, ingresó en la Sorbona para estudiar matemáticas y física, al tiempo que se matriculaba a un curso de enfermería.
Pero Irène, hizo caso omiso de los consejos maternos y se casó con Frédéric el 26 de octubre de 1926. Lo cual no impidió que Marie, durante años, siguiese presentándolo como “el hombre que se casó con Irène”. Frédéric, sin embargo, sentía una gran admiración por su suegra y no dudó en aceptar su petición cuando le insistió para que siguiese adelante con sus estudios. Mientras continuaba sus tareas en el Instituto, se licenció en la Sorbona doctorándose en 1930 con una tesis sobre la electroquímica de radioelementos: “Électrochimique des radioeléments. Applications diverses”. Langevin había acertado de lleno, vio en él al gran científico en el que se iba a convertir.
Los Joliot- Curie, con sus hijos |
La colaboración científica entre ambos se centró en el estudio de las emisiones radiactivas. Les atraían las investigaciones que el grupo de Rutherford estaba desarrollando en el laboratorio Cavendish y disponían de 200 milicurios de Polonio, la fuente más poderosa de rayos alfa, para llevarlas a cabo. El primer paso era analizar la radiación neutra y muy penetrante que habían detectado Walther Bothe y Herbert Becker al bombardear berilio con partículas alfa provenientes de una muestra de polonio. Los Joliot-Curie repitieron los experimentos y publicaron sus hallazgos el 18 de enero de 1932. Habían observado que la potente radiación de Bothe era capaz de provocar la emisión de protones de una capa de parafina. Postularon que se trataba de una radiación electromagnética de alta frecuencia pero no supieron interpretar los resultados.
Los Joliot-Curie habían tenido “en sus manos” el neutrón y no supieron reconocerlo. Y, por desgracia, no fue el único premio Nobel que vieron pasar delante de sus narices. En sus trabajos con una cámara de niebla que, mediante un campo magnético creado por un electroimán, curva la trayectoria de las partículas cargadas, observaron que algunos de los supuestos electrones producidos en el experimento se desviaban en sentido contrario. No se dieron cuenta de que se trataba de un nuevo tipo de partícula como el electrón pero con carga positiva que ya había sido propuesto en 1931, el positrón y que fue descubierto ese mismo año por Carl David Anderson.
Por fortuna, en su caso la expresión “a la tercera va la vencida” no pudo ser más cierta. Corría el año 1933 y el éxito estaba a punto de llamar a su puerta. Por aquel entonces, el matrimonio estaba centrado en el estudio de las desintegraciones del polonio. Sabían que era un emisor de partículas alfa y se preguntaban si, al igual que otros átomos radiactivos, también emitía radiación beta (electrones). Para comprobarlo, colocaron una lámina de aluminio que detuviese las partículas alfa antes de llegar al detector. Este último consistía en una cámara de niebla que, mediante un campo magnético creado por un electroimán, curvaría la trayectoria de las partículas beta, posibilitando su identificación. La primera experiencia dio resultados sorprendentes: no sólo detectaron electrones, sino que también aparecieron protones y positrones. La presencia de protones podía explicarse sin dificultad a través de una reacción conocida, la transmutación del aluminio en silicio. La partícula alfa absorbida por el aluminio-27 produce silicio-30 más un protón. Lo que no sabían era qué hacían allí los positrones y para averiguarlo empezaron sustituyendo el material empleado como absorbente de partículas alfa. Observaron que al interponer una lámina de parafina, plata o litio, no detectaban positrones, mientras que en el caso del boro sí lo hacían. Por tanto, el origen de los positrones no se encontraba en el polonio, se hallaban ante un fenómeno que sólo en ciertos absorbentes. La primera hipótesis fue pensar que la transmutación de aluminio en silicio, aparte del citado positrón, también podía dar como resultado la emisión de un neutrón y un positrón. En ambos casos se conservaba la carga eléctrica. Para verificar la segunda posibilidad, modificaron el dispositivo de manera que permitiese la detección simultánea del neutrón y el positrón.
La primera prueba pareció confirmar su planteamiento pero la segunda aportó nueva información. Se percataron que al disminuir la energía de las partículas alfa dejaban de detectarse neutrones, quedando únicamente los positrones. Estaban equivocados y, tras reflexionar plantearon la nueva hipótesis: quizás el absorbente se volvía radiactivo al interaccionar con las partículas alfa emitidas por la fuente. Para comprobar si estaban en lo cierto situaron un contador Geiger junto al material absorbente, tras retirar la fuente de polonio. El Geiger “cantaba”, el material se había vuelto radiactivo y la emisión de radiación decaía exponencialmente como en el caso de la radiactividad ordinaria. Anunciaron su hallazgo en dos artículos, uno escrito en francés, con Irène como primer firmante y presentado el 15 de enero de 1933, y otro en inglés, con Frédéric encabezando la lista de autores.
La radiactividad “artificial” había nacido y el matrimonio Joliot-Curie fue galardonado en 1935 con el premio Nobel de Química. La dotación económica del premio les permitió instalarse en Sceaux, donde recibían a sus amigos los domingos por la tarde. Irène, a diferencia de Marie, siempre antepuso sus obligaciones como madre a todo lo demás, creía que la maternidad era la experiencia más increíble que había vivido. En 1936, como consecuencia del premio, Irène fue nombrada subsecretaria de Estado para la Investigación Científica y, al año siguiente, accedió a una cátedra en la Sorbona. Frédéric, por su parte, fue elegido como catedrático en el Collège de France en 1937 y abandonó el laboratorio del Instituto del Radio para formar su propio laboratorio, en donde construyó el primer ciclotrón de Europa occidental.
Descubrir que la radiactividad artificial podía ser producida por el hombre supuso un avance fundamental en las aplicaciones médicas de las radiaciones ionizantes. Los Joliot-Curie, tal y como se desprende de su discurso de recepción del premio Nobel, ya aventuraron las posibilidades de su descubrimiento en el campo de la Medicina.
En 1935 fue nombrada directora de investigación de la Fundación Nacional de Ciencias tras postularse en vano en tres ocasiones por sus principios feministas (al contrario que su madre, que tras el primer rechazo en la membresía por ser mujer y polaca, desestimó la opción). Al año siguiente obtuvo el puesto de subsecretaria de Estado en investigación científica, siendo apartada de la Comisión Francesa de Energía Atómica en 1951 por sus simpatías con el Partido Comunista Francés.
Irène Joliot-Curie murió el 17 de marzo de 1956 en su residencia de París a consecuencia de una leucemia, resultante de una sobreexposición a la radiación en el curso de su trabajo (lo mismo que le ocurrió a su madre). Su marido, enfermo hepático, murió en agosto de 1958.
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