Alexandra David -Neel, con su hijo adoptivo |
Existen mujeres viajeras, grandes viajeras. Pero nuestra protagonista va un paso más allá. Por eso me refiero a ella como LA gran viajera, porque dejó atrás a todas. Fue la primera occidental que entró en Llhasa, la cuidad de Tibet prohibida a los extranjeros, y no sólo antes que cualquier otra mujer, sino antes que cualquier otra persona occidental. Y no solo entró, sino que permaneció en la ciudad varios meses, disfrazada de mendiga, viviendo como tal.
Pero además de LA gran viajera fue muchas cosas mas: cantante de ópera, políglota, exploradora, orientalista y experta en la cultura del Tíbet, además de la gran difusora del budismo en Francia, periodista, conferenciante y escritora.
Alexandra adolescente |
Alexandra con 3 años |
Hija de padres tan diferentes, recibió una educación muy particular. Siendo todavía una niña, su padre la llevó a presenciar la ejecución de varios revolucionarios de la Comuna. A instancias de su padre, recibió clases de canto (circunstancia que finalmente la pondria en el camino a Asia, junto con su interés por el budismo, descubierto al ver un estatua de Buda en el Museo Nacional de Arte asiático Guimet, en París).
Su frustrado intento de viaje a Gran Bretaña no hizo más que encender sus ansias viajeras. Antes de cumplir 25 años, ya había ido por su cuenta a India, Túnez y España, que visitó en bicicleta.
Alexandra frecuentó durante toda su infancia y su adolescencia al geógrafo anarquista Élisée Reclus. Éste la lleva a interesarse por las ideas anarquistas de la época (Max Stirner, Mijaíl Bakunin...) y por las ideas feministas que le inspiraron la publicación de Pour la vie. Por otra parte, se convirtió en colaboradora libre de La fronde, periódico feminista administrado cooperativamente por mujeres, creado por Marguerite Durand, y participó en varias reuniones del «consejo nacional de mujeres francesas», aunque rechazó algunas posiciones adoptadas en estas reuniones (por ejemplo, el derecho al voto). Para ella era mucho más importante la enmancipación económica de las mujeres que el derecho al voto, ya que , según ella, la falta de independencia económica es la causa esencial de la desgracia de las mujeres, que no pueden disfrutar de independencia financiera. Por otra parte, Alexandra se alejó de estas «amables aves, de precioso plumaje», refiriéndose a las feministas procedentes de la alta sociedad, que ignoraban la lucha económica a la que debían enfrentarse la mayoría de las mujeres.
En 1.904 se casó en en Túnez con Philippe Néel, ingeniero en jefe de los ferrocarriles tunecinos, a quien había conocido en el casino de Túnez, y de quien era amante desde el 15 de septiembre de 1900. Aunque su vida en común fue a veces tempestuosa, estuvo siempre impregnada de respeto mutuo. Se conservan las cartas que escribió a su marido hasta la muerte de éste, todas en un tono muy cariñoso. Las escritas por él se perdieron en China a causa de la guerra. Se querían mucho, pero no eran capaces de convivir. Ella le comunicaba a su marido que estaría ausente unos meses a causa de un viaje.....y tardaron 14 años en volverse a encontrar.
Gracias a sus estudios de canto en el conservatorio de París fue contratada por el Teatro de la Ópera de Hanoi (entonces en la Indochina francesa). Allí se convirtió en la primera soprano, cantando los papeles protagonistas de la Traviatta o Carmen, por ejemplo. A los 36 años dejó la ópera, aunque su voz prodigiosa estaba en su mejor momento, porque heredó de su abuelo materno una considerable cantidad de dinero y eso le permitía planear los viajes que ambicionaba desde su adolescencia.
Planificó un viaje a India que se materializó en 1911. A los 43 años, conocía en profundidad las doctrinas orientales. Su ambición era entrar en contacto con los maestros. Desembarcó en Ceilán, actual Sri Lanka, y se dirigió a Sikkim , en el Himalaya, donde logró la decisiva audiencia con el Dalai Lama en el exilio. Su estrecha relación con el heredero de este pequeño reino, situado entre Nepal, Bután y Bengala, le dio una gran libertad de movimiento.
En sus monasterios se inició en la práctica del ascetismo tibetano. Tras un retiro en una ermita situada a 4.000 metros de altitud, el lama de Lachen le otorgó la categoría de lama (maestra) con el título de 'Lámpara de la Sabiduría'.
Lama Yogden, hijo adoptivo de Alexandra David Neel |
Alexandra atravesó la frontera y llegó hasta el monasterio de Tashilumpo, sede del Pachen Lama, segunda autoridad religiosa del país, que la reconoció como lama (maestra). A su retorno, el gobernador inglés la expulsó de la India, por la desobediencia de haber entrado en Tibet. Inició entonces un itinerario de estudio que la llevaría a recorrer centros budistas en Birmania, Corea, Japón, China y Mongolia.
Había pasado la Primera Guerra Mundial cuando, con 53 años, decidió redimir su intento frustrado y alcanzar Lhasa, la capital de Tibet. Viajó junto a Yongden, quien ya también había alcanzado la dignidad de lama.
El viaje duró ocho meses. Sobrevivieron a base de limosnas de té con mantequilla de yak y tsampa, las gachas tibetanas, que les ofrecían las familias que les acogían.
La ciudad de Lhlasa,. En la cima, el palacio de Potala residencia oficial del Dalai Lama |
Durante el trayecto, se enfrentaron a tormentas de nieve, largas travesías a pie, pasos de montaña y un puente colgante cuyo soporte cedió mientras cruzaban un río helado. Cualquier otro hubiera explotado hasta la saciedad esa hazaña. Ella no sólo no lo hizo, sino que le quitó hierro. Tuvo que pagar un alto peaje para llegar hasta allí (“los campamentos en la nieve, el hambre, el frío, el viento que me cortaba la cara y me dejaba los labios tumefactos y ensangrentados”). Pero, de hecho, la misteriosa Lhasa le decepcionó, sobre todo cuando vio en los comercios “montones de cacerolas de aluminio expuestas como si fuesen objetos exóticos”. Un poco decepcionada por la ciudad, quedo fascinada por el camino, cuando vivió inmersa “en un silencio donde sólo cantaba el viento, en soledades casi desprovistas incluso de vida vegetal, entre caos de rocas fantásticas, picos vertiginosos y los horizontes de luz cegadora del Himalaya”, a pesar de que había tenido que superar pruebas que hubieran sido consideradas muy audaces incluso “para hombres jóvenes y robustos”.
Alexandra, en el centro, en Lhlasa, en 1.924 |
Llegó a Lhasa, convertida en un “esqueleto andante”, con 56 años. Se vistió de andrajos y se tiznó la cara con hollín para pasar desapercibida. Allí dedicó su tiempo a aprender de los maestros que encontró a su paso. Alexandra se mostró muy interesada por una práctica budista denominada creación de un tulpa. Los lamas budistas le advirtieron que era una enseñanza nada recomendable, pues consiste en la creación de un fantasma generado a través de nuestra mente. Alexandra fue advertida de que estas creaciones podían volverse peligrosas o incontrolables. Demasiado tarde, Alexandra estaba fascinada con la idea e ignoró la advertencia de sus educadores.
Bajo la concepción del mundo según los lamas, el universo en el que vivimos es una proyección creada por nosotros mismos, no hay fenómeno que exista si no es concebido por el espíritu humano. Los tulpas son entidades creadas por la mente de los lamas y son generalmente utilizados como esclavos. Son figuras visibles, tangibles, creadas por la imaginación de los iniciados.
Alexandra se alejó del resto de sus compañeros y, una vez aislada de todo, comenzó a concentrarse en dicha práctica. Ella visualizó en su interior lo que quería crear, imaginando un monje de baja estatura y gordo. Quería que fuese alegre y de inocente actitud. Tras una dura sesión, aquella entidad apareció frente a ella.
Aquella entidad era algo así como un robot, sólo realizaba y respondía a los mandatos de su creadora. Con una sonrisa fija en su rostro, el monje accedía sin rechistar a lo que ella le ordenaba. Lamentablemente, no siempre fue así y aquel tulpa comenzó a realizar actividades que no les había sido encomendadas. Tal era la independencia de aquel fantasma de apariencia corpórea que los demás monjes lo confundían con uno más. Aquella entidad comenzaba a ser un ser con voluntad propia. A medida que iba siendo más independiente, los rasgos físicos que aquel bonachón monje fantasma fueron cambiando. Su afable sonrisa fue cambiada por otra más pícara, su mirada pasó a ser malévola y nada afable para todos los que convivían con aquel extraño ser. La propia Alexandra comenzó a sentir miedo. En su libro publicado, Magic and Mystery in Tibet, Alexandra David-Néel narra los seis duros meses que duró el invertir aquel proceso, conseguir que su creación se desvaneciera. Aquel monje se había hecho insoportable y Alexandra tardó antes de conseguir invertir aquel proceso.
Alexandra era una mujer de retos, como cuando se propuso pasar dos largos años en una cueva y dedicar todo el tiempo a la meditación. Acompañada únicamente por su maestro, Alexandra aprendió tibetano y el tantrismo budista en una cueva a 4.000 metros de altitud y estuvo a punto de morir congelada ya que solamente llevaba una fina túnica de algodón. Pero para ella, todo aquello era excitante. “Será duro, pero increíblemente interesante”- comentó la exploradora a sus amigos antes de meterse en la cueva. Caminaba a diario 40 kms, para que la falta de resistencia física no pudiera truncar sus ansias de descubrimiento,
Alexandra volvió a Francia en 1946, tras el fallecimiento de su marido. Se instaló en Digne, al pie de los Alpes, escribió libros y pronunció conferencias, dando a conocer el budismo y el hinduismo en Francia. Se le galardonó con una medalla de oro por la Sociedad de Geografía de París y nombrada Caballero de la Legión de Honor.
En 1937, las ganas de echarse de nuevo al camino la vencieron. Ella y Aphur Yongden pusieron rumbo a China, donde les aguardaban los horrores de la guerra y de la invasión japonesa. Tenía 69 años. ¿Qué hizo? ¿Plegar velas? La retirada no formaba parte de su diccionario. Continuó viajando por Asia hasta 1945, cuando regresó por fin.
El 7 de octubre de 1955, una fulminante enfermedad causó la muerte de su hijo. Su madre siguió dedicándose al estudio y realizó pequeños viajes por Europa, pero la tristeza y la artritis lograron lo que nunca antes nadie logró. Renunció a las aventuras. ¿Renunció? No del todo. Así reemprendieron juntos el viaje.
A punto de cumplir 101 años, se acercó a la comisaría del pueblo para solicitar la renovación de su pasaporte "por si acaso". Murió el 8 de septiembre de 1.869, con 100 años. Había dejado dispuesto que sus cenizas y las de su hijo fueran arrojadas al Ganges, para emprender juntos, una vez más, un último viaje, lo que no pudo llevarse a cabo hasta 1.973.
La vida y figura de Alexandra David Neel ha inspirado estudios académicos, biografías, películas y hasta un comic. Da nombre a calles, a una línea de tranvía en París y a un Liceo.
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